Somos un grupo de siete jóvenes. Estudiantes de la UTP, de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Nuestra pasión por la escritura, y por el periodismo en general, nos llevó a crear este espacio con la finalidad de mejorar como futuros profesionales y alcanzarles todo tipo de información desarrollándonos sobre todo en el periodismo interpretativo, el cual amamos.

El nombre del sitio se concluyó luego de una exitante tertulia en el patio de la universidad. Se deriva de la combinación de varios temas importantes en el mundo y en la vida del ser humano, un piqueo de información. Y también de lo reciente o relevante que serán las temáticas a tratar, será noticia caliente.

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miércoles, 17 de noviembre de 2010

01 DE NOVIEMBRE.


Ocho y media de la noche. Avenida Wilson con Paseo Colón. Don Dionisio está parado en aquella esquina donde por última vez vio a su hijo. Todas las noches regresa ahí para verlo, pero nunca lo encuentra.


Este día todo parece diferente. La luna llena se mostraba impoluta bajo el cielo oscuro, y Don Dionisio pateó una lata, algo que hace mucho no hacía, quizás por su avanzada edad. Tenía ochenta y nueve años y esbozó una sonrisa chimuela al mover un músculo.


Jamás se lo veía triste, a pesar que sentía que todo el mundo lo ignoraba. Sobre todo la vendedora de quinua y emoliente de al frente, nunca se dignó a mirarlo, ni porque el pobre anciano pasaba y repasaba por su delante en cuantiosas ocasiones. Estaba tan chalado por ella, parecía un quinceañero, y como tal, los nervios lo sumían y no se atrevía a hablarle. Pero no hay duda que este es un día especial. La vendedora enhestó la mirada y la dirigió hacia la esquina, ahí donde se encontraba el anciano. Él se sintió importante, dio media vuelta y fingió no haberla visto. Sonrió una vez más. Nunca lo había hecho dos veces en una noche.

Los minutos pasaban y Don Dionisio seguía esperando a Fernando, su hijo. La última vez que lo vio venir él caminaba por la Avenida Wilson desde la Avenida 28 de Julio, y enfocó su mirada en ese sendero. Pero lo único que veía que se acercaba eran dos hombres de mal vivir, con dos navajas en los bolsillos. Inmediatamente pensó en su hijo, quizás vendría cerca y podían hacerle daño. Tenía que protegerlo. Debía hacer que los maleantes se desvíen, pero, ¿cómo?, era un pobre anciano sin la más mínima fuerza. Los hombres voltearon la mirada a la izquierda. El anciano también lo hizo. Había una mujer hermosa de unos veintitrés años, tenía un bolso marca Versace y los auriculares sobresalían de su aterciopelado cuello. Los delincuentes se enrumbaron hacia ella, seguro para arrebatarle sus cosas. Don Dionisio solo pensaba en su hijo, no le importó nada más.

Mucho más lejos de donde vio a los dos hombres, Don Dionisio percibió difusamente una cabeza rapada, igual a la de Fernando. Se quedó anonadado. Después de incontables noches aguardando por él por fin parecía que venía. La vista del anciano no le permitía ver con claridad el rostro de su hijo debido a su longevidad. Cada vez se acercaba más y la oscuridad de la noche se volvía menos imponente. Se dio cuenta que traía una chaqueta marrón de cuero, idéntica a la que él le compró a su hijo cuando cumplió los cuarenta años. Caminaba de la misma forma. Era él, tenía que ser. Pronto estuvo a un metro, Don Dionisio lo vio claramente, era su Fernando, lo había extrañado tanto y luego de mucho tiempo lo veía en frente. Tenía ya varias canas y lucía un poco obeso, pero era su hijo. Esbozó una sonrisa, antes poco usual, y se preparó para abrazarlo con todas sus fuerzas. El rostro de su hijo no se inmutaba, parecía que le daba igual. Su padre recordó que él siempre fue frío, poco cariñoso con todos. Se sintió aliviado y abrió los brazos para recibir a la persona que esperó por años. A quien ama más en el mundo.

Sin embargo, no lo pudo hacer.


Quizás si la vendedora de quinua y emoliente de al frente lo hubiera mirado, hubiera podido abrazar a su hijo. Ella nunca lo hizo.

Este día cinco turistas pasaron por el puesto callejero de desayuno y cena, y le pidieron cinco quinuas y cinco emolientes. Los brebajes estaban agotados y la vendedora levantó la mirada y la dirigió a la esquina, ahí donde se encontraba el anciano. Lo que no se había dado cuenta Don Dionisio es que en la esquina donde él solía esperar a su hijo también había un puesto de venta de quinua y emoliente. La persona que atendía en aquel puesto era el hermano de la vendedora de la cual estaba encandilado. Ella hizo un gesto allí para que su hermano le alcance más insumos.

La lata. Nunca pateó una lata porque no podía mover objetos. Estaba muerto. Y este día la fuerza del amor por su hijo hizo que la energía de su cuerpo se desplace a la lata. Si hubiera conservado esa pequeña energía quizás hubiera logrado abrazar a su hijo.

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