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miércoles, 17 de noviembre de 2010
RUBÍ.

Se llamaba Rubí, igual que la piedra preciosa. Creo que fue una suerte encontrarla. Creo que me encontró porque necesitaba hacerlo. Y a pesar que piensa que salvé su vida, en realidad ella cambió la mía.
Recuerdo una tarde fría, con luz grisácea y durmiente. Hubiera dado lo que fuera por entrar al calor de mi casa, o tener al lado a mi envolvente y acogedora enamorada, pero ninguna de las dos opciones estaban aptas, las dos estaban lejos. Lo más próximo era un parque, un concurrido y agitado parque donde en las noches todo tipo de sodomitas se disponían a posar sus traseros para lograr un trabajo. Por suerte no estaba sólo, tenía mi iPod, uno de los pocos aparatos electrónicos que tengo, estaba ahí para aplastar y reducir el tiempo, ese que me traería más de una súbita ocasión a la postre.
Eran las 2:15 de la tarde y tenía que esperar 45 minutos más en aquel parque de bullicio para ir a firmar mi primer contrato laboral, sí, el primero. Sería en una empresa fastuosa, llena de premios y loas por los veedores administrativos. Yo no quise llegar tan temprano, pero estaba ansioso. Siempre pensé en trabajar y tener mi platita, pero nunca me vi en ese momento y estaba ilusionado. Era un niño que por vez primera acudiría al parque de diversiones, a saltar, jugar y demás. Poco a poco mi ilusión iría tomando un matiz diferente.
Una butifarra, qué rico sería comer una butifarra. Es que en el parque vendían de todo, y las butifarras se veían sabrosas. Siempre que no tengo nada qué hacer se me abre el apetito. Pero no tenía ni un quinto, así que solo debía seguir esperando y engañar a mi estómago con un poco de dosis de la ilusión enorme que sentía. Miré a la derecha, una niña pasaba en su cochecito con su papá al lado, algo que jamás hubiese hecho mi padre, me quedé pensando en porqué nunca lo hizo. Él no me amó, no me ama, pero él no me importa. Dos y media de la tarde, falta poco, sonreí, sí, lo hice.
Volteé la cabeza a la izquierda y la vi, ¿vendrá hacia mí?, pasaban los segundos y cada vez se acercaba más. La vi de arriba abajo. Necesitaba ver alguna navaja, algún arma, ropa sucia o algo así para tener miedo. Pues ningún desconocido se te acerca con buenas intenciones, pero no vi nada de eso. Era una señora hermosa, de unos 35 años, con ropa fina y un Nextel en la correa.
Miré para todos los lados, quizás tenga cómplices, quizás me quieren secuestrar. Sólo vi a la niña manejando su cochecito y a su padre corriendo a su costado. Más allá un grupo de turistas compraban la deliciosa butifarra que segundos atrás anhelaba. Todo estaba normal, no había nada de malo, eso parecía y eso esperé…
Me saludó preguntándome si podía conversar conmigo un momento, yo accedí todavía un poco temeroso. Empezó por decirme que estaba tratando de comunicarse y desahogarse con personas desconocidas. Le era difícil desenvolverse de la misma forma con personas conocidas. No podía explicar sus sentimientos, sus emociones. Todo se lo guardaba y estaba afectada. Me dijo que quería contarme su problema, yo la escuché y ella comenzó a hablar:
“Yo tenía una mejor amiga, pero la perdí. Te cuento, ella tenía dos hijos preciosos y era muy feliz con ellos, pero el padre de los bebes le pegaba y siempre que iba a visitarla a su casa la veía con moretones y adolorida. Entonces yo le decía que se separe de ese hombre, que le hacía daño y que inclusive en algún momento podía hacerle daño a sus hijos también, que lo deje y que priorice su seguridad. Pero ella no me hacía caso y seguía con él, hasta que el tipo la abandonó y mi amiga quedó muy triste.
Poco tiempo después yo me encontré con ese hombre por Messenger y le dije que tome conciencia de lo que hizo con mi amiga y sus hijos, lo insulté y le dije mil cosas. Él me dice que está arrepentido y quiere que le cuente cómo están sus hijos y mi amiga. Por supuesto que yo sigo molesta con él, pero mi amiga se enteró que estamos hablando y ahora piensa que la dejó por mí, que yo soy su amante, ¡imagínate! Ella no me quiere hablar, me odia, y la verdad no sé qué hacer porque era mi mejor amiga y la quiero mucho”.
Luego de eso me miró a los ojos, vi los suyos, era color verde, como el color de la primavera. Me dijo: ¿qué piensas?, quisiera que me des algún consejo. Yo sólo atiné a decirle que busque a su amiga, que trate de retomar aquella amistad hermosa. Ella me dijo que ya la había buscado, la llamó, quedaron en verse en un lugar y hora y ella nunca llegó. Quizás tengas que insistir un poco más. Ella está molesta y debes comprenderla, le dije. Es que no sé cuál es el límite de la humillación y el orgullo. Quizás si la vuelvo a buscar me esté humillando, pero si no lo hago la pierdo para siempre. Búscala, sino jamás te lo perdonará, búscala una vez más, si no responde a tu llamado quédate tranquila que hiciste lo posible por arreglar las cosas… No sé de dónde salieron todas esas palabras, pero se lo dije, y esperé estarla ayudando.
Me agradeció de corazón. Me dijo que se llamaba Rubí y también me habló otras cosas que me hicieron poner neurótico una vez más. Quería un recuerdo mío, mi correo, mi celular, mi foto, algo. Necesitaba comunicarse conmigo cuando solucione su problema o por lo menos cuando haya un desenlace. No puedo porque no te conozco, le dije. En ese instante sacó un papel y un lapicero y me preguntó si podía escribir una frase que cuando ella la lea pueda recordar esta conversación. Yo escribí: “No dejes que tus miedos hagan que pierdas cosas importantes”, firmé abajo. Ella recibió el papelito y pasó algo insólito, inesperado:
“A cada persona desconocida con la que estoy conversando y me escucha y me ayuda en cierta forma le estoy dando una luz. Significa una vida salvada, en este caso la mía, porque sin ti no podría resolver mi problema, porque yo voy a vivir gracias a ti. Toma, gracias”.
Me dio un abrazo fuerte, Me entregó un sobre blanco y salió raudamente del lugar. Yo me quedé perplejo y traté de decirle que no, no quería nada. Volteé a verla y ya estaba muy lejos, como si hubiese corrido, pero estaba tranquila, nada agitaba. Corrí hacia ella, volteó la esquina y cuando llegué ya no estaba. Solo era yo con un sobre blanco en la mano y con mucho temor y desconcierto. No sabía si abrirlo o botarlo. Quizás habría dinero, o quizás droga, o quién sabe. Tenía que abrirlo…
Miré por todas las aristas del sobre, no decía nada, estaba pulcro, ni una mancha, ni una letra, y adentro había un papel. A la izquierda no había nada, a la derecha un sereno a lo lejos, podía abrir el sobre pero debía ser rápido. Saqué el papel y… encontré lo que Rubí me dijo, una luz, la luz de su vida, de esa vida que necesitaba salvar y que necesitaba ser salvada…
“El fósforo hace fuego, y el fuego es símbolo de luz, salvaste una vida”, me dijo un amigo.
Encontré un fósforo.

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